Hace 16 años escribí un artículo premonitorio en mi columna quincenal de El Universal, después de la primera elección de Lula en Brasil. Entonces me preguntaba cómo terminaría dicha experiencia: ¿sería Lula para Brasil como Fidel para Cuba o Chávez para Venezuela? ¿Trataría Lula de imponer una ideología trasnochada y anacrónica en los tiempos de apertura y globalización?
Luiz Inácio da Silva, mejor conocido
simplemente como “Lula”, fue el fundador del Partido de los Trabajadores (PT)
en Brasil y, junto con Fidel Castro y las FARC, del Foro de São Paulo en
Latinoamérica. La campaña de Lula para el año 2002 se basó principalmente en la
eliminación de la corrupción. Sin embargo, esta triste historia brasileña se
puede ver hoy, 16 años después, con el gobierno más corrupto que haya conocido
el continente. Los casos de corrupción primero con Lava-Jato y luego con
Odebrecht han salpicado a toda la región, y más allá hasta África. Más de 10
billones de dólares fueron pagados a diferentes personas, incluyendo muchos
presidentes y ministros.
El exobrero metalúrgico y sindicalista
Lula, cuyo nombre quiere decir “calamar” en portugués pues se decía que Lula
tenía tentáculos en todas partes, aunque le faltaba el dedo meñique izquierdo,
se dedicó completamente a la política desde que fundó el PT en 1980. Lula
comenzó su primer gobierno con cerca del 80% de aprobación y desperdició una
oportunidad histórica para realmente eliminar la corrupción. Ahora Lula ha
terminado preso en la cárcel precisamente por corrupción y su pupila del PT,
Dilma Rousseff, puede pronto también terminar en prisión, dependiendo qué
determinen los juzgados.
Escribo ahora mismo desde São Paulo,
tras la derrota del PT y el fin de Lulalandia, después que Jair Bolsonaro acaba
de ser electo como presidente. Afortunadamente para Brasil, su nuevo presidente
parece que no será una desgracia como sus antecesores del PT, especialmente
después de haber anunciado que el siniestro Foro de São Paulo debe
desaparecer.
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