Las ideas socialistas de Carlos Marx sobre la lucha de clases y la eliminación de la propiedad privada se expandieron por Europa a finales del siglo XIX. En 1891 el Papa León XIII publicó la encíclica Rerum Novarum donde condena el socialismo y, prácticamente, vaticina la muerte del sistema:
Para solucionar este mal (la injusta distribución de las riquezas junto con la miseria de los proletarios) los socialistas instigan a los pobres al odio contra los ricos y tratan de acabar con la propiedad privada estimando mejor que, en su lugar todos los bienes sean comunes... pero esa teoría es tan inadecuada para resolver la cuestión, que incluso llega a perjudicar a las propias clases obreras; y es además injusta, pues ejerce violencia contra los legítimos poseedores, altera la misión del Estado y perturba fundamentalmente todo el orden social.
Cien años después de esas proféticas palabras el marxismo se derrumbó estrepitosamente por toda Europa. Para celebrar el centenario de la visionaria Rerum Novarum, el Papa Juan Pablo II publicó en 1991 la encíclica Centesimus Annus:
La experiencia histórica de los países socialistas ha demostrado tristemente que el colectivismo no acaba con la alienación, sino que más bien la incrementa, al añadirle la penuria de las cosas necesarias y la ineficacia económica.
Hay que recordar lo que expresó el Papa polaco pues él vivió bajó el desastre socialista de su propio país. Juan Pablo II también hizo referencia a la propiedad privada y dijo que “el Estado no puede prohibir su formación”, porque “el Estado debe tutelar los derechos naturales, no destruirlos”.
A pesar de todas sus contradicciones, el socialismo no termina de morir en algunas partes del mundo, como en Latinoamérica, aún después que el muro de Berlín se desplomó y que hasta la China “popular” también abandonó formalmente el comunismo económico. Como dicen ahora los chinos: “¡El comunismo ha muerto, viva el comunismo!”
Fuente: El Universal